Somos parte de esos 10 millones que la votaron a Ella. Somos parte de esa mitad que entró a miles de cuartos oscuros a elegirla. Confiados, convencidos, agradecidos, esperanzados, comprometidos; incrédulos, no muy convencidos, silenciosamente agradecidos, algo ilusionados, con no mucha responsabilidad de nuestra parte.
Fuimos a votar, si. No importa si lo que nos motivó fue la obligación de cumplir la ley, o la conciencia del esfuerzo y la entrega de tantos argentinos para que podamos hacerlo, o la alegría de apoyar un proyecto, un candidato. En fin, fuimos.
Nos encontramos con que éramos unos cuantos. Algo así como 10 millones que la habíamos votado a Ella. Pero también, y desde el Día D-espués, amanecimos siendo la “mitad mantenida por la otra mitad”, “el voto de los negros cabezas”, “los beneficiados por planes trabajar a montones”, “la masa ignorante, bruta, fea y encima ultra-k”, “los que no queremos trabajar”, “los mismos negros clientes de siempre”, “las embarazadas adolescentes felices”, “a los que el gobierno paga para tener hijos”, “a los que le regalan lotes, casas y comida”, “los que no queremos estudiar ni trabajar”, “los que vendemos nuestro voto por un chori y una gaseosa”, “los que no tenemos ni cerca, DIGNIDAD e inteligencia”.
No sabíamos que odiaban tanto cuando no pensamos como ustedes. Es así, no es que nosotros pensamos y ustedes piensan distinto. Más bien, ustedes piensan y nosotros nos subordinamos a sus ideas, y encima tenemos el “tupé” de contradecirlas. Porque el ser críticos es una cualidad de ustedes. De este lado, sólo nos vendemos al mejor postor, hacemos y dejamos de hacer según nos convenga. Ustedes no hacen y deshacen según sus interés mezquinos (cierto, ustedes siempre piensan en todos los argentinos. Los “bien”, obvio). Lo hacen por la patria. Patria que les pertenece. Ustedes son la patria. Los que la votamos a Ella, no hacemos patria. Hacemos ¡cagadas!, de ignorantes y ventajeros que somos.
No tenemos derecho a votarla. Tampoco tienen ustedes porque respetarnos. ¿Aceptar nuestra voluntad?, vaya cosa. Siempre escuchamos cuando nos hablan de república, de democracia, de aceptar otras ideas u opiniones, de valores, de instituciones, de respeto por el otro, de no agredir, de no odiar. Nunca esos conceptos nos caben. Siempre somos ajenos a ellos. La agresión, el odio, la falta de respeto, la intolerancia hacia nuestras ideas, en su boca y en sus acciones, es casi un acto de justicia divina. ¿En nuestras manos? Sobre eso hay cientos, miles de estruendosas y falaces editoriales y columnas escritas. La pregunta sería qué hacer, cómo actuar, qué decir para que la balanza se equilibre algo, un poco.
Cuando hace algunos años el gobierno nacional perdía notablemente el apoyo popular, a partir un conflicto manipulado, extremado casi banalmente, usado y articulado por los intereses más poderosos, y materializado en la elección legislativa del 2009, parecían soplar aires de republicanismo y verdadera democracia. Lo necesario había pasado, ahora se transitaba una lenta (o rápida) agonía, preanuncio de una muerte segura. Pero el “monstruo”, a la luz de los hechos, no sólo que no murió, sino que renació fortalecido. Como el Ave Fénix, pero peronista.
Y en todo este camino, se dijeron muchas cosas. Pero existe una, que toca una fibra muy sensible de NOSOTROS. Y en este punto, ya no hay posibilidad de hablar como individuos, como ciudadanos aislados; somos parte de un colectivo, de un movimiento, que nos interpela y nos representa, al igual que nosotros lo representamos a él. No hay colectivo sin ciudadanos, no hay ciudadanos sin colectivo. Ya no actúo, vivo o siento. Más bien, actuamos, vivimos o sentimos. Esto no significa, movernos irracionalmente atrás de la masa; implica más bien, pensarnos y repensarnos como miembros de algo que nos antecede, nos supera y nos trasciende.
Eso que se dice, con los que nos describen como colectivo de ciudadanos que votamos a Ella, es nuestra profunda irracionalidad e ignorancia. Pero… ¿acaso no es irracional pensar que 10 millones de personas votamos una propuesta de gobierno, por “mantenidos” y “vagos”?; ¿no es de necios sostener que nuestra elección no tiene más explicación que un plan social, 180 pesos o un choripán?; ¿no es de una soberbia y pedantería obscena creer que el trabajo, esfuerzo y dedicación que ustedes realizan, es para mantener nuestra vagancia y desinterés? Se ha llegado demasiado lejos. No debería existir el momento en que las palabras aparecen vacías de todo sentido, como eslabones de una maquinaria, de una rueda perversa que gira sin rumbos ni destinos, pero que corre y lleva por delante todo obstáculo que impliquen los argumentos, los pensamientos, las realidades, las sensibilidades, las solidaridades, las profundidades y complejidades propias de esta etapa histórica.
No son cifras ni estadísticas lo que se necesita para contradecir esa línea de ¿pensamiento?, porque nunca son suficientes ni lo profundamente convincentes. No basta con explicar que a Ella la votaron en los barrios, en los pueblos y ciudades, en las zonas productivas, en la Argentina profunda que representa el NOA-NEA, en el sur más lejano, en los grandes centros urbanos. No alcanza con explicar que millones de abuelos accedieron a su jubilación, y vieron hacer realidad un derecho que les pertenece. No es suficiente, que los estudiantes vean renacer sus escuelas técnicas, que puedan estudiar con una computadora sin diferencias ni exclusividades, que vean incrementar el presupuesto educativo, que se apoye a la ciencia y la tecnología como apuesta al presente y futuro, que la matrícula en las escuelas haya crecido 25% este año. La educación es un derecho, y es una realidad. Acaso incentivar, promover y generar condiciones para que los chicos y no tan chicos vayan a la escuela, ¿es crear vagos?
No alcanza (y ahora les hablamos a ustedes a la mitad que dice mantenernos), con levantar la copa a fin de año y pedir por los pibes que no tienen que comer, o pensar cuantos chicos no tienen un regalo o un pan dulce para celebrar. Las palabras y los lamentos se van con las burbujas del champagne de año nuevo. Los millones de puesto de trabajo recuperados, y con ellos la dignidad del salario, de la pertenencia y la valoración, no son méritos secundarios de este proyecto político. Pero, no son suficientes claro.
No se puede superar el sinsentido del desprecio al otro. Todo es un plan macabro, todo se hace en busca de un rédito oculto, todo es clientelar, todo es por un voto. En definitiva, y desde esta lógica, nada es nada. Nada vale la pena. Todo es plata, intereses y rédito. Nada trasciende, no hay historias, tradiciones, memoria, verdades, derechos.
Falta aún demasiado. Pero esto es mucho más que el cierre de las escuelas técnicas, que la ida de miles de científicos y mentes argentinas, que la exclusión y la falta de oportunidades, que el cierre de fábricas e industrias y la catarata de importaciones y productos “made in”, que el recorte y el estancamiento del salario y de las jubilaciones; mucho más que el Estado que brindaba con pizza y champagne con los poderes económicos, explotadores de los argentinos.
Sobran las razones para defender las ideas, las conquistas, los logros. Cuando se supera el prejuicio hacia el otro, se encuentran explicaciones que jamás hubieran aparecido.
De la estigmatización, la subestimación, el desprecio y el odio hacia los 10 millones, se desprende el primer paso de la ignorancia, que es presumir de saber.
Allí es donde el ignorante, ignora su ignorancia.
Allí es donde pierde.
Nosotros, GANAMOS.